jueves, 10 de noviembre de 2016

El duelo de la trascendencia

                       


                              





Diálogo entre María e Ignacio, en Nosotras que nos queremos tanto, Marcela Serrano (1991)

Fui María durante todo el libro, pero llegando al final este diálogo y definitivamente Ignacio. Me he separado de una mujer con la que quería compartir la vida y así fue que tomé esa decisión en un momento dado: 
- ¿Es esto así, no ves otra posibilidad? le dije. 
No, ésta es mi decisión. [*no lo dijo exactamente así, pero esto fue lo que dijo]
- Entiendo. 
Y yo tomé esa otra decisión con la mente fría, y así ha sido cada día temprano en la mañana, sistemática.

¿Qué otra cosa hacer que me respete y respete a la otra? ¿Qué otra cosa elegir que no fuera la sencillez que se alcanza con trabajo duro y esfuerzo? La otra cosa son los campos anegados por el agua que se amontona y la tierra que no puede respirar. Pero aunque no es así exactamente, la sencillez parece opuesta a la trascendencia. ¿Cómo es que puedo vivir sin este amor que me hacía sentir insolentemente ilusionada y feliz? ¿Cómo es que puedo mirar hacia delante sin ella, cuando habíamos ido haciendo un camino trocito a trocito tan significativos, cuando después de mucho cuerpo y palabras -no sin trabajo y precaución- en mi vida estaba tan apostada por ese Nosotras, y así la quería, por años? 

El duelo de la trascendencia. 

¿Qué hacer cuando se rompen los votos mutuos? Me comprometo contigo: me prometo cuidarte, te prometo cuidarte, en lo bueno y en lo malo, en lo fácil y en lo difícil. No quererte siempre, no estar por siempre a tu lado, por los siglos de los siglos, amén. Me comprometo a no pasar por encima tuyo, y a no ponerte en el lugar de que tengas que pasar tú. Me comprometo a respetarte. Me comprometo a mirarte para verte, y a oírte para escucharte. Me comprometo a estar cuando estoy, y a ser honesta cuando no estoy. Me comprometo a trabajar para todo esto. 

Cuando se rompen los votos mutuos debajo están mis propios votos, como una raíz antigua y tosca, vieja, fuerte. Una raíz que por estar debajo de la tierra no tiene que explicarse ni ser más bonita que fuerte: Me prometo cuidarme, siempre. En las buenas y en las malas, en lo fácil y en lo difícil. Me prometo alimentar la mística de ser valiente para mirar con claridad, que me ayude a asumir, y me prometo trabajar con la realidad. Me prometo ponerme las cosas fáciles y no llevarme al límite. Me prometo ser firme con eso, y ternura ante el dolor. Me prometo estar de mi lado, del de mis miedos, mis tristezas y del de mi cuerpo. Me prometo ésta vez a mí, amarme, indagarme, respetarme, apoyarme, hacer frente común conmigo. Me comprometo a desplazar el conflicto afuera, a renovar mi propio pacto de no agresión. 

Me prometo ponerme las cosas fáciles y no llevarme al límite. Pero, ¿y la rabia, y el despecho? ¿Y el intentarlo otra vez? ¿Y la ofensa ante la traición, y el arrojo de las culpas? ¿Y la confrontación sólo para estar más cerca? ¿Y la pasión? ¿Esto no era importante?

Quería compartir la vida con ella, dime si eso no es importante. Ella no, no al menos de la misma manera. No está en mi mano poder cambiar eso. ¿Qué queda? Vivir, y vivir tranquila. Quiero vivir. Quiero vivir tranquila. Y quiero vivir feliz. Dime si eso no es trascendente. Pero aunque no es así exactamente, la sencillez parece opuesta a la trascendencia. 

Y me sabe esa sensación extraña,

el duelo de la trascendencia. 









2 comentarios:

  1. vivir y ternura ante el dolor... uy qué bonita y verdad esa frase, me la voy a guardar en el bolsillo, quererse con ternura, aguantarse con ternura en los incendios de corazón y en las épocas de lluvias
    un beso
    e

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